Los efectos del miedo en las Cascadas Tróficas.

Myiarchus swainsoni (Tyrannidae) alimentándose de un insecto cazado en un río. (@Crasso Paulo B. Breviglieri)

Entre los animales (inclusive el ser humano) el miedo es un importante generador de conducta (denominado «Ecología del Miedo«). Todos los animales nacemos con una serie de conductas pre-programadas que se ponen en marcha ante la presencia del miedo. En todos nosotros el miedo es uno de los principales factores de supervivencia, es lo que nos ayuda a escapar de un peligro potencial sea este un depredador, una agresión de un miembro de nuestra especie o cualquier otro peligro que nos podamos encontrar. En los niveles más altos de la emoción la cognición se apaga dando lugar a ese repertorio de conductas instintivas que todos tenemos grabadas en nuestros genes, siendo la más extrema la conducta de luchar o huir. Es algo que nos encontramos habitualmente en entornos naturales, en las interacciones entre depredadores y presas, donde la presencia de un estímulo (un olor, un sonido, o algo que el animal haya visto) pone en marcha su respuesta instintiva de huida.

La huida no es la única respuesta del miedo que nos podemos encontrar en los animales, independientemente de si hablamos de depredadores o de presas. El principio de cautela que podemos ver en muchos animales al acercarse a zonas donde saben que acechan los depredadores, tales como los herbívoros africanos al aproximarse a una charca donde puede haber cocodrilos, la timidez de los lobos ante un agente extraño dentro de su mundo o la manera en la que muchos primates investigan con precaución algo nuevo haciendo gala de la innata curiosidad del orden taxonómico al que pertenecemos pero sin perder la cautela que nos ha ayudado a sobrevivir, son algunos ejemplos. Otro ejemplo es como muchos herbívoros evitan pasar o comer en ciertas zonas donde saben que son vulnerables a los ataques de los depredadores o donde sepan que rondan habitualmente sus enemigos naturales. El miedo es un agente de supervivencia tan intenso y tan antiguo que no es sorprendente encontrarnos que el desarrollo de los ecosistemas se ve afectado por él.

El miedo no sólo está presente en los grandes mamíferos aunque normalmente pensemos en las gacelas siendo perseguidas por los guepardos o en los wapities huyendo de los lobos en los duros inviernos de Yellowstone. Son imágenes que todos hemos visto decenas de veces en los documentales, pero desde luego no son las únicas interacciones depredador-presa que nos podemos encontrar. En nuestro micromundo particular, aquel donde moran los invertebrados, nos encontramos algunas de las batallas por la supervivencia más cruentas como tarántulas acechando a insectos y a pequeños vertebrados, o reptiles que a su vez dan caza a arácnidos y a insectos. Bajo las aguas la situación es idéntica a la que nos podemos encontrar en cualquier otro ecosistema, incluso podemos apreciar interacciones de los dos mundos, el terrestre y el acuático, cuando un martín pescador se abalanza sobre un pez. Independientemente del ecosistema las respuestas de los animales son similares; afectan al tamaño del grupo, a las interacciones entre los miembros, los patrones de actividad como la vigilancia y la alimentación y, en muchos casos, su éxito reproductivo.

Como ya he indicado antes estos efectos los podemos encontrar confinados localmente en un ecosistema, pero también nos podemos encontrar con el hecho de que dos ecosistemas colindantes se afectan mutuamente a través de las interacciones entre depredadores y presas. Un ejemplo de esto lo vemos en aquellos animales con ciclos vitales complejos como los anfibios, que pasan su infancia en ecosistemas acuáticos y, de adultos, pertenecen a ambos mundos. Esto es precisamente lo que se estudió en una investigación llevada a cabo por Crasso Paulo B. Breviglieri, Paulo S. Oliveira y Gustavo Q. Romero (Universidad Estatal Campinas, Brasil), y que fue recogida en The American Naturalist.

En los bosques costeros de Brasil los científicos observaron que las aves insectívoras podían afectar el ritmo de puestas de las libélulas tales como la Leptagrion, que acostumbra a poner sus huevos entre bromelias. Se llevaron a cabo una serie de experimentos de campo en los que se usaron pájaros insectívoros disecados. Como ya comentábamos antes los animales reaccionamos ante ciertos estímulos que nos provocan esa respuesta instintiva, y en las libélulas no es distinto. Los pequeños insectos voladores reaccionaban ante la presencia visual de las aves evitándolas por lo que elegían otros lugares más seguros para hacer sus puestas. Las larvas de las libélulas son superdepredadores en estos sistemas acuáticos por lo que un descenso en su población cambia la composición y otros parámetros tales como la biomasa, la abundancia y la riqueza de la comunidad de invertebrados que vive entre las bromelias. Tal cambio provocó que la descomposición de materia orgánica como las hojas muertas se acelerase, por lo que las bromelias tenían más nutrientes disponibles y crecían más.

Estos resultados pusieron de manifiesto el efecto cascada que los depredadores terrestres tienen sobre los ecosistemas acuáticos en aquellos lugares donde ambos sistemas confluyen, y como dicho efecto tenía una influencia directa sobre funciones tales como la productividad, descomposición y los ciclos de nutrientes que, a su vez, también afectarían a los sistemas terrestres. Es otra evidencia más de cómo todos los elementos de un ecosistema están interconectados y cada uno de ellos desempeña una función que, a su vez, afecta al resto de los habitantes del ecosistema.


Fuente


Deja una respuesta

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.